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Esdras 3:11-13. Todo el pueblo gritaba con gran júbilo, alabando al Señor, porque se habían echado los cimientos de la casa del Señor. Pero muchos de los sacerdotes, levitas y jefes de familias que habían visto la primera casa, cuando se echaron los cimientos de esta casa ante sus ojos, lloraron a gran voz, y muchos gritaron de alegría; de modo que el pueblo no podía distinguir el ruido del grito de alegría del ruido del llanto del pueblo; porque el pueblo gritaba a gran voz, y el ruido se oía desde lejos.
Dar una interpretación caprichosa a cualquier parte de la bendita palabra de Dios es sumamente inoportuno; y fundar una doctrina en tal interpretación sería sumamente imprudente. Pero lo cierto es que hay muchas explicaciones que nos dan los Apóstoles, que de ningún modo habríamos admitido, si las hubieran dado hombres no inspirados; tales como la terminación del sacerdocio levítico, deducida de la entrega de Abraham a Melquisedec de la décima parte del botín que había tomado; y la reserva de la herencia de Dios a las personas regeneradas solamente, deducida del repudio de Abraham a Agar y a su hijo Ismael. Cuando estas cosas son explicadas por los escritores inspirados, podemos seguirlas sin temor; pero en cualquier interpretación nuestra, nos conviene la mayor desconfianza. Hago estas observaciones para que no se me malinterprete en el pasaje que tenemos ante nosotros, como si diera a entender que la interpretación que se le da fue realmente diseñada por el acontecimiento mismo. Estoy lejos de pretender afirmar eso. Simplemente expongo el tema como curioso en sí mismo, y calculado para transmitir una importante instrucción a nuestras mentes, si se considera juiciosamente y con templanza. Que una exuberancia de alegría y de tristeza sea excitada a la vez por el mismo acontecimiento, es indudablemente un hecho curioso: y será provechoso mostrároslo,
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