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Ni el sexo ni la muerte

Ni el sexo ni la muerte

"Ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente", escribió François dela Rochefoucauld.  Y, cuando menos, esto los diferencia del sexo: pues pocos son los hombres y las mujeres que le temen y se privan de mirarlo fijamente.
¿Por qué, si me dispongo a hablar de la sexualidad, he pensado en en esta frase para titular mi libro? Tal vez porque lo esencial, también en el sexo, escapa a la mirada, o la ciega, en su perpetuo intento de fascinarla. El sexo es un sol; el amor, que procede de él, se recalienta o se consume. Y todos podríamos decir que somos amantes: no porque seamos los únicos que tenemos relaciones sexuales, ni los únicos que amamos, sino porque el sexo y el amor, para nosotros, son problemas que es preciso afrontar o superar, sin confundirlos ni reducirlos el uno al otro.

Esto es lo que, al menos, define una parte de nuestra humanidad: el hombre es un animal erótico.

Y esta es precisamente la tesis que planea en los tres capítulos de los que se compone el libro dedicados, respectivamente, al amor, en el que se abordan los temas del Eros o el amor como pasión; la filía, o la dicha de amar; el ágape, o el amor sin fronteras; para pasar, en el segundo capítulo, a reflexionar sobre la sexualidad, el erotismo y el deseo, y concluyendo, en el tercer capítulo, con las consideraciones sobre la amistad y la pareja.

En la estela de una de sus anteriores obras, El amor, la soledad, Comte-Sponville nos ofrece la visión más clara y profunda a la vez de lo que significa amar y del papel del sexo y el amor en nuestras vidas.

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