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Locuras de Hollywood

Locuras de Hollywood

Cuando el riquísimo Alfred Cork murió, dejó toda su fortuna a su mujer, que había sido una famosa actriz del cine mudo. Pero en el testamento había una cláusula:  Adela, la viuda, tenía que mantener de por vida a su cuñado Smedley Cork, un petimetre acostumbrado a la buena vida y a no pegar golpe. Claro está que la idea que Adela u Smedley tenían sobre esta manutención era muy diferente. Para la ex actriz, significaba una habitación en su propia casa, tres comidas por día, y yogur, mucho yogur, en lugar de los cócteles a los que en bon vivant estaba acostumbrado. Smedley, por su parte, pensaba que Adela estaba moralmente obligada a instalarlo en un apartamento en Park Avenue, y a poner a su disposición una bien provista cuenta bancaria. Como la frugal viuda se mantenía en sus trece, Smedley urdió un plan para conseguir la fortuna que se merecía por sus refinados apetitos. Y en ese plan ocupaba un lugar destacado el diario de una volcánica actriz muerta en un accidente de aviación.

En esta ocasión, Hollywood es el territorio elegido por Wodehouse para desplegar su desternillante humor, su desopilante sentido del absurdo. Una ciudad enloquecida donde toda locura es posible.

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