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Abel

Abel

Ocho años después de su última novela, Baricco regresa con un western excepcional y trascendente.

El sheriff Abel Crow tiene 27 años y ya es un personaje de leyenda. Sus dotes innatas como tirador —su disparo preferido es «el Místico», uno doble, cruzado y simultáneo, con ambas manos, sobre blancos distintos—, no podrán evitar, sin embargo, que en un momento crítico se replantee el sentido de la existencia.

Las relaciones, entre otros, con su novia, que entra y sale libremente de su vida, pero que lo conoce incluso mejor que él mismo; con sus hermanos (un predicador, un rico minero, un cartero demente y una visionaria, empeñada en reunirlos a todos para rescatar del patíbulo a su madre, que los abandonó cuando eran niños); con las curanderas y una bruja indias, portadoras de la sabiduría ancestral de los nativos; y con su Maestro, quien siendo adolescente logró aniquilar a casi toda la tripulación de un barco pirata, constituyen parte de un viaje espiritual que culmina con la percepción de que no existe (o no funciona como pensamos) la relación causa-efecto, de que no hay un antes y un después claramente definibles. Buena prueba de ello es también la estructura no lineal del relato, que avanza, retrocede y se repite, y donde cada uno de los veintisiete capítulos (o cantos) constituye una pieza de un puzle que al final nos devolverá la imagen caleidoscópica de Abel Crow durante su aprendizaje.

Baricco nos presenta así un western que pone en cuestión una de las piedras angulares del género, la noción de frontera, desplazándola aquí del exterior al interior: es límite y confín entre lo visible y lo invisible, entre lo físico y lo metafísico, entre la vida y la muerte. Si los espacios son los propios del género, como en una película de Sergio Leone (las praderas interminables, el pueblo, con su banco y su saloon, las aldeas indias, el río de aguas bravas, el desierto abrasador…), no dejan de ser también reverberaciones de una unidad profunda del universo, del mismo modo que todos y cada uno de nosotros somos parte de un único aliento.

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